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domingo, 29 de enero de 2012

NOTAS SOBRE EPICURO, EL FILÓSOFO DE LA AMISTAD (10) LA POSIBILIDAD DE UNA VIDA VIRTUOSA Y PLACENTERA. VIRTUD Y PLACER.


"No se puede tener una vida placentera sin que sea sensata, recta,
y justamente vivida; ni se puede vivir sensata, recta y justamente sin
el placer. Quien no tiene tal criterio, no puede vivir gozosamente"

"Máximas Capitales". 5.
Epicuro (341 a.C. - 270 a.C.)


A diferencia de lo que habitual e injustamente se ha hecho, entiéndase en Epicuro por placer, el puro gozo, y por vida placentera, la vida gozosa. En ningún momento —en este antiguo filósofo— el concepto de placer tuvo el sentido de entrega sin control a los placeres carnales y mundanos, sino todo lo contrario: el frugal y comedido disfrute de los pequeños dones que pone la vida a nuestro alcance y, en especial, del supremo bien de la sana amistad.

Apoyándome en este sabio, proclamo con voz alta y firme que la vida no puede ser vivida gozosamente sin virtud, pero que, de la misma manera, no puede mantenerse el gratificante ejemplo de una vida virtuosa renunciado al comedido y sensato disfrute de los sanos placeres, sustento de una vida gozosa y alegre. En realidad, la vida debe ser gozosa virtud y virtuoso gozo, de forma simultánea. Lo uno es el alimento indispensable de lo otro.

Es importante resaltar que la virtud nunca podrá sustentarse en la renuncia y la privación, pues es natural vivir esperanzados en el sano disfrute de ilusiones y deseos, que es razón de nuestra alegría y pilar fundamental de nuestros actos más virtuosos y solidarios. Por el contrario, la privación y la represión de nuestra esencial naturaleza es causa de frustraciones y tristezas, ambiente en el que nadie puede sentirse impulsado a vivir virtuosamente, sino a aliviar su angustia en el infortunio ajeno.

Vivamos, pues, en la virtud y el gozo, en la sencillez y la autenticidad, en la alegría y la solidaridad.

Emilio M.
Homo Novus

lunes, 7 de febrero de 2011

DE LOS MOMENTOS DE SOLEDAD Y SILENCIO: ENCONTRARSE CON UNO MISMO


"El hombre debe escucharse más a sí mismo,
en lugar de escuchar los acentos de la devoción de los demás.
Esas frases le son aún más nocivas mientras no haya dado con las suyas"

Ralph Waldo Emerson (1803 - 1882)


Es un hecho fácilmente constatable que el ser humano teme la soledad y el silencio (hablo de esos necesarios ratos de soledad y silencio, no del aislamiento de nuestras vidas). Ambas experiencias suponen algo así como la desnudez, el desamparo o la exposición a riesgos ancestrales, que ni siquiera llega a entender. Y, sin embargo, es en la soledad y en el silencio, donde el ser humano se encuentra a sí mismo, donde recupera su esencial disposición ante la vida, donde encuentra los rasgos más básicos y perennes de su carácter, y donde revive sus más sentidos sueños.

Muy al contrario de lo que se suele pensar, la soledad y el silencio no son el vacío o la nada: son el encuentro con uno mismo, pero el encuentro en lo más auténtico de uno mismo. En la soledad y en el silencio habla nuestro "yo" más profundo y verdadero. Ese encuentro debería ser un motivo de gozo y alegría, la celebración del reencuentro y de la recuperación de uno mismo. Así las cosas, la búsqueda de la soledad y del silencio debería ser tan habitual y gozosa como la búsqueda y el reencuentro con el amigo. De hecho, es la búsqueda de nuestro primer y mejor amigo: nosotros mismos. Por desgracia, ese primer y mejor amigo es, muchas veces, un gran desconocido: alguien a quien no solemos recurrir, cuando es, por naturaleza, nuestro mejor aliado.

Por desgracia, tenemos a la soledad y al silencio por ingratos compañeros que despreciamos y evitamos a toda costa. En realidad, con esta actitud, demostramos que queremos evitar encontrarnos con nuestro esencial "yo". ¿Por qué...? Muy sencillo. Porque ese "yo" nos recuerda nuestros verdaderos ideales -¡los difíciles de mantener!- y nuestras exigencias más nobles -nuestra nobleza, ¡tan dura de mantener!- y lo más doloroso para nosotros: lo mucho que nos apartamos de unos y otras, y lo mucho que nos traicionamos.

La soledad y el silencio, si son dolorosos y se rehúyen, lo son, precisamente, porque nos traen la angustia de la traición más amarga: la traición a uno mismo. No nos damos cuenta de que, en el esfuerzo de ser nosotros mismos, se haya nuestro más gozoso vivir. Por esta razón, debemos buscarnos con valentía y debemos hacer de la soledad y el silencio esa acogedora casa en la que compartimos nuestra vida con el protagonista principal de lo que somos y hacemos: ¡nosotros mismos! Con ello también va en juego nuestra felicidad.

Cuando nuestro vivir está en plena armonía con nuestro "yo" más profundo, los momentos de soledad y silencio están llenos de paz y gozo. Son nuestro refugio, el lugar donde nos recuperamos a nosotros mismo y donde curamos nuestras heridas. Siendo así, esos momentos no es que sean rechazados: es que son afanosamente buscados.

Emilio M.
Homo Novus