"¿Cómo puede hallar el hombre una forma sensata de vivir? Hay una sola
respuesta: en la filosofía. Mi filosofía es preservar libre de daño y de
degradación la chispa de la vida que reside en nuestro interior, utilizándola para
trascender el placer y el dolor, actuando siempre con un propósito, evitando
las mentiras y las hipocresías, sin depender de las acciones o los desaciertos
ajenos. Consiste en aceptar todo lo que venga, lo que nos den, como si
proviniera de una misma fuente espiritual"
Marco Aurelio (121 - 180)
Ya he repetido en muchas ocasiones, durante los últimos años, unas palabras que se están convirtiendo en una máxima en mi vida: "A la vida pídele todo, pero acepta sumisamente lo que te entregue". No se trata de renunciar a algo, sino de huir de las improductivas quejas para continuar el esfuerzo. A esta máxima anterior, debería sumar otra que, expresada hasta ahora con otras palabras, podría decir: "No hagas depender tu riqueza de la generosidad ajena o de los inciertos designios de la fortuna, sino del fruto de tu duro trabajo". Y así debemos ser, como labradores: trabajar duramente la tierra, arriesgar nuestro sudor en la esperanza de que el clima no eche a perder la cosecha, pero aceptando que hay años buenos y años malos. Como podemos comprobar, el labriego ama la tierra que tan dura y afanosamente trabaja.
En los últimos días he hablado de "soberanía personal". Con esta expresión hacía referencia al hecho de que jamás debemos ceder a terceros el control sobre nuestro estado de ánimo. Así, podemos amar y necesitar ser amados, pero nunca deberíamos permitir que nuestro ánimo dependiera de las acciones de terceros. Más concretamente: si podemos llegar a sentirnos desgraciados por lo que un tercero haga o diga o nos entregue o nos quite -si ponemos en manos de ese tercero nuestro ánimo- entonces nos convertimos en títeres de su voluntad, quedando a merced de su buena intención y de su buen criterio. Es por lo que digo que cedemos nuestra soberanía, algo que nunca debe suceder. Debemos vivir de tal manera que nuestra voluntad y nuestra alegría nunca dependan de otra persona, sino de nosotros mismos. Incluso, cuando somos siervos o víctimas, debemos serlo "soberanamente" conscientes y orgullosamente independientes.
No nos engañemos: la vida es una apuesta de todo o nada. Por eso debemos ser tierra firme en medio de la tempestad. Y, de poder ser, también debemos ser faro que ilumine el camino, y puerto de refugio seguro en los días de temporal. En estos simples postulados se basa la grandeza de nuestra humanidad. Y, también -que nadie lo dude- nuestra propia y auténtica felicidad.
Emilio M.
Homo Novus