En pos de una humanidad renacida y feliz, que haga de la alegría y de la buena voluntad sus señas de identidad, que enfrente con optimismo, energía y confianza su futuro.
MI BLOG MÁS QUERIDO, Y NECESARIO DEBATE (de niños, adultos-niños y sensibilidad para un mundo mejor)
MI CORAZÓN DE NIÑO…
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"La única manera de lidiar con este mundo sin libertad, es volverte tan
absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión" Albert
Camus ¿E...
“Pero no abrazan la libertad…” No saben lo que es vivir libres, siguiendo los propios impulsos, en lugar de repetir pautas de comportamiento enseñadas, aceptadas y constantemente repetidas. No sé si estos autores son conscientes de la trascendencia de lo que dicen, de la forma de obrar del ser humano, y de las implicaciones que tiene para la vida.
Últimamente, para mi sorpresa, soy testigo de constantes ejemplos que parecen confirmar aquello que defiendo contra corriente. Es como si la vida, los duendes, los magos, hubieran decidido iluminarme para acabar con mis dudas.
Pero, ¿realmente se me está iluminando? ¿No será que mi mente solo quiere ver lo que justifica mi posicionamiento? No lo descarto, como tampoco descarto algo que considero más y más evidente cada día: solo podemos ver cuando nos hemos dado la libertad de ver sin limitaciones, sin prejuicios, sin miedos.
En otras palabras, solo con una mente libre de prejuicios, negatividad, tópicos, negaciones, dogmatismos, afiliaciones y lealtades estúpidas, miedos e ignorancias, traumas sufridos en la niñez o en la edad adulta, u obstáculos parecidos, podemos llegar a ver más allá de las limitaciones que nos imponemos nosotros mismos. Y me temo que vivimos en un mundo y en una sociedad que, en aras de un supuesto bien común, nos convence para que nos auto-limitemos y nos auto-amordacemos.
En definitiva, para que podamos ver con claridad, lo primero que es necesario es querer ver. Para ver tenemos que hacer lo mismo que los niños: estar positivamente predispuestos a la sorpresa. Debemos admitir la posibilidad de que, tal vez, haya algo más, algo que explique mejor la realidad.
La libertad tiene realmente sentido cuando se trata de libertad de pensamiento, de libertad de sentimiento y de libertad de juicio. Libertad es imaginar y soñar en la esperanza de que pueden hacerse realidad. Libertad es vivir haciendo de la vida una experiencia en la que abunde (todo lo que podamos) el juego, la alegría, la inocencia… y el ansia de descubrir, aprender y experimentar.
El mayor atentado contra la libertad lo ejercemos cada ser humano contra nosotros mismos cuando renunciamos a nuestra personalidad concreta; cuando aceptamos como propias ideas, roles y hábitos que son ajenos y extraños; cuando nos sometemos y nos hacemos someter; cuando nos convertimos en dóciles y sumisas personas.
El video que acompaña este post es precioso e incide en algún aspecto de lo que acabo de decir. Dos seres humanos que disfrutan con lo que hacen, que no se toman demasiado en serio su rol de cantantes de música lírica, que se comportan con la inocencia y el entusiasmo de un niño. ¡Sublimes en esta divertida obra de Mozart! ¡Geniales! Y encantadores… Disfrutan de lo que hacen saliéndose de los cánones establecidos para este tipo de profesionales. Y hacen disfrutar…
Poco tengo que decir de este video, más allá de que produjo en mí un inesperado y conmovedor impacto. Su belleza desata mis emociones más puras y espirituales. Me olvido de este mundo cuando me sumerjo en su musicalidad…
Me resulta extraordinario que, a pesar de su solemnidad, despierte en mí una alegría especial que me resulta muy difícil explicar. ¿Sobrenatural? Puede ser.
Aprovecho la ocasión para destacar las composiciones y arreglos del noruego Ola Gjeilo, un músico con una sensibilidad y una visión que no me deja de sorprender por la especial belleza de lo que crea.
¡FELIZ NAVIDAD! Paz y amor para todos en una Navidad que esté llena de momentos entrañables e inolvidables.
Creo que la gran pregunta sobre la vida no es si queremos vivir o no, por mucho que podamos tener dudas en los momentos más difíciles de nuestra existencia. La gran pregunta es qué hacemos con ella.
La vida no es, o no debería ser, una obligación. Al contrario, considero que deberíamos entenderla como una oportunidad: eso que tantas veces se ha dicho del papel en blanco que solo nosotros elegimos cómo rellenar.
Yo lo he dicho de otra manera desde hace muchos años: tomemos a nuestra propia persona como el primer ser al que estamos obligados a cuidar y a amar, al que debemos proteger y guiar, al que debemos inspirar para que pueda alcanzar la máxima felicidad. Y… ¡oh, fortuna! Si llegamos a conseguirlo, tal vez sirva de orientación y motivación a cualquiera que se acerque a nosotros.
La pregunta sobre querer o no querer vivir solo tiene dos opciones posibles: sí o no. Es muy sencilla. El problema es que, como magistralmente enfoca Fromm, no es la pregunta más importante. La cuestión fundamental es qué hacemos con nuestra vida y, por tanto, qué hacemos con el tiempo que nos es dado. Las dos grandes preguntas, con infinitas respuestas posibles, son: para qué quiero vivir, y cómo quiero vivir. La respuesta a la primera nos dará la clave sobre el sentido de la vida. La segunda de ellas nos mostrará los principios éticos que nos guiarán, de tal manera que viviendo de acuerdo a ellos viviremos en paz, sin olvidar que si nos desviamos de ellos sufriremos un tormento.
¿Por qué es tan complicada esta cuestión y tiene tantas posibles respuestas? Porque no somos robots fabricados en serie. Cada ser humano tiene una especial identidad y sensibilidad; y, por consiguiente, una peculiar emocionalidad. Y para complicarlo todo más aún, la mente de cada persona busca un camino hacia su realización y felicidad que puede llegar a ser muy dispar; lo cual seguiría siendo así incluso si se compartieran la misma sensibilidad, emocionalidad, sentido de vida y principios éticos. Toda vida es única e irrepetible.
Todo se complica enormemente para nosotros. Tanto que muchos se sienten abrumados y prefieren reducir su vida a la máxima sencillez, o convertirse en seguidores de aquello que creen que puede serle más beneficioso. El grave problema en estos casos es que el ser humano puede estar renunciando a ser la persona que realmente es, a vivir sus verdaderos principios, su auténtica emocionalidad, sus más arraigados sentimientos. Cuando es así, lo más normal es que el ser humano se sienta perdido y abatido, que pueda reaccionar engañándose y engañando, que pueda verse alterada su psique hasta el punto de caer en depresiones u otras enfermedades del ánimo, e incluso, en casos extremos, que pueda degenerar en una actitud violenta.
El ser humano, una vez que elige vivir, no tiene otra opción que indagar sobre las grandes preguntas de la vida y dar respuesta desde la más absoluta autenticidad a la cuestión de para qué quiere vivir y de cómo quiere vivir. Es un paso imprescindible, pero no definitivo, para alcanzar un alto grado de seguridad, serenidad y satisfacción en su vida.
Como si se tratara de su propio hijo, un ser humano debe cuidarse a sí mismo, pero no de cualquier forma. Debe ocuparse de sí mismo con cautela y amor; debe analizar a lo largo de su vida quién es y para qué vive, lo cual supone un gran esfuerzo. Pero es un requisito imprescindible para alcanzar un alto grado de confianza en sí mismo y en la vida que vive.
La vida, con todos sus condicionantes, que pueden ser muchos, es una gran oportunidad de elegir, lo que supone un grado importante de libertad (maravillosa palabra). Solo de nosotros depende hasta qué punto lo utilizamos. Un planteamiento ambicioso nos exigirá un gran esfuerzo a todos los niveles, así como asumir riesgos. Pero nos abocará a una gran confianza en nosotros mismos, y nos podrá abrir las puertas a una gran satisfacción. Un planteamiento poco ambicioso nos permitirá vivir una vida falsamente tranquila, llena de incertidumbres y dudas.
Creo que está claro que cuánto más renunciemos a la oportunidad de protagonizar nuestra vida, menos nos dejará vivir tranquilos cierto sentimiento de haber perdido una gran oportunidad de hacer algo bueno y bello con nosotros mismos.
Viendo vídeos tan preciosos como el que se puede ver más abajo (el afecto entre un gorila y una joven) llego a la conclusión de que los seres humanos hemos construido un mundo demasiado complejo. Pero no hablo de complejidad técnica, que también, ni siquiera de complejidad intelectual o artística.
Hablo, sobre todo, de complejidad emocional. Tanta complicación creamos que los seres humanos nos estamos volviendo unos seres tan complejos como acomplejados, lo que se traduce en demasiados momentos de insatisfacción vital, como nunca antes ha habido.
Las estadísticas que conozco referenciadas sobre la salud mental en países desarrollados como España asustan; debido al crecimiento de las consultas a profesionales de la psiquiatría, también al consumo de sustancias que combaten la ansiedad, la depresión o la falta de sueño, o a los casos de suicidio (la mayor causa de muerte en personas de hasta 35 años, según oí hace unos pocos días)
¿Estamos locos? ¡No, ni mucho menos! No somos enfermos psíquicos, sino emocionales. Hemos creado una sociedad en la que relacionarse y amar se ha vuelto demasiado complejo y atemorizante. Si el acto más hermoso y que mejor define nuestra humanidad es la belleza con la que podemos vivir el amor, tanta complejidad, tanto requisito, tanta superficialidad, tanta exigencia, tanto aislamiento, tanto miedo, tanta prudencia, nos aleja de este alimento emocional tan imprescindible que es el amor. Y la vida pierde gran parte de su sentido, hasta el punto de abatirnos.
Necesitamos amar y ser amados, sin complejos, sin complicaciones, con extrema naturalidad, con sincero afecto. Necesitamos dejar de medir el amor en términos del prestigio social que da. Necesitamos superar tanto hipocondriaco miedo, tanta hipocresía, y simplemente vivir el amor que sentimos.
Y creo que no me equivoco si digo que sociedad está llena de hambrientos emocionales esperando una luz, una contraseña, un camino para vivir en paz sus emociones. Pero no hay luz, ni camino, ni contraseña, se trata de despojarse de complejos y miedos, y de vivir lo que se siente, tal y como se siente. Sencillamente amar como se ama: dar generosamente el amor como se siente, y recibir agradecidamente el amor como nos es entregado.
Así lo hacen esa joven y ese gorila. No hay más secreto… Así de sencillo.
El puente de cristal solo es un símbolo, nada más que un símbolo... Un símbolo que he creado con el propósito de facilitar la comprensión de dos cuestiones fundamentales en el decisivo arte de vivir: autenticidad y confianza. Por lo tanto, “el puente de cristal” trata de cómo afrontamos la vida y, una vez más, propone una alternativa posible.
Hay un “puente de cristal”, invisible, que nos permite cruzar desde nuestro hoy, tal y como vivimos en sociedad, para llegar al ser que realmente somos y, más allá, al ser que desearíamos ser conforme a nuestra auténtica naturaleza y personalidad. ¿Realmente es necesario proponerse algo así? Cada cual debe reflexionar sobre ello. En especial, los más jóvenes.
EL DRAMA DE NO SER
La realidad es que me encuentro personas tan metidas en el papel ―en el rol― que han decidido jugar en sociedad que ni siquiera son conscientes de que su vida no les llena. Hablo de valores, ideas, hábitos, emociones, sensibilidad… Porque cuanto más nos separamos de ellos, por muy bien que desempeñemos nuestro rol y por mucho que seamos aceptados entre quienes nos rodean, más alienados (de alienación) nos sentiremos, más perdidos, y descubriremos que la vida tiene menos sentido.
Fuente: internet
Si solo tuviéramos una componente animal, nos bastaría con alimentarnos y procrear; cuidar de nuestro bienestar y del bienestar de nuestros hijos. El problema es que los seres humanos tenemos la capacidad de ser conscientes de nosotros mismos, de nuestra personalidad, de lo que pensamos y sentimos, de lo que hacemos, y de lo que deseamos vivir. Realmente, la vida solo tiene sentido cuando nos hacemos cargo de ello y decidimos vivir el ser que realmente somos.
Las enfermedades mentales y los suicidios se están incrementando sustancialmente de año en año hasta llegar a convertirse en verdaderos dramas sociales. De hecho son el mayor problema de salud y muerte en nuestras sociedades.
Soy consciente de que asumiendo patrones ajenos al propio ser, pero que son bendecidos socialmente, nos puede permitir creer que uno vive lo que desea vivir (o, al menos, que vive cómodamente). Sin embargo, no es así. Hablar de ello suele ser muy problemático, pues llegar a reconocer el posible vacío de uno mismo que hay en la propia vida puede ser aterrador. Sincerarse con uno mismo, medir el grado real de satisfacción sobre la propia vida o analizar el grado de frustración con el que se vive suelen dar la medida del posible problema.
EL RIESGO DE SER
Frente al drama de no ser solo se erige una opción: la de ser. La alternativa de ser es la opción de reconocerse a uno mismo, la de analizar cómo es el mundo y en qué grado puede satisfacernos y, sobre todo, la de desnudarnos y vivir conforme al ser humano que somos.
Fuente: internet
En un mundo en el que se prioriza el ego, la competitividad, el consumo impulsivo, la comparación más inhumana o la violencia de todo tipo y grado, todo se complica. Son patrones de actuación que desembocan en los males que antes mencionaba, y con los que, a pesar de todo, se prima la uniformidad, y el comportamiento de rebaño (¡cómo para acabar todos locos!). Ser uno mismo, y vivir abiertamente la especial personalidad, no es fácil, ni deja de tener sus riesgos. Hay que reconocer la realidad. Y por supuesto, no hablo de la moda de ser diferente o rebelde, que solo sirve para satisfacer la insana necesidad artificial de ser visto.
A pesar de todo, quien se plantee esta disyuntiva debe hacerse la pregunta: ¿dejo de ser yo mismo de forma voluntaria para evitar problemas interpersonales, o me arriesgo a ser yo mismo, con los problemas que eso conlleva? Llegamos al puente de cristal…
El puente de cristal es ese puente que nos lleva hasta nosotros mismos, pero que nos visibiliza ante la sociedad, y nos expone a la crítica y al rechazo.
En mi experiencia y opinión, renunciar a uno mismo es condenarse al remordimiento y la frustración. Incluso en los casos en los que conseguimos convencernos a nosotros mismos de que hemos elegido bien y de que estamos fantásticamente. Sin embargo, la traición no es tolerada por nuestro subconsciente, y la frustración siempre termina en daño hacia uno mismo o hacia los más débiles que nos rodean.
Cruzar el puente de cristal, a pesar de críticas y rechazos, que no son fáciles de llevar, fortalece nuestras convicciones y la confianza en nosotros mismos. Nos hace mentalmente más fuertes, y nunca nos lleva al aislamiento y la soledad.
CONCLUSIÓN: ¿QUÉ HACER?
Lo que nos hace fuertes no es la traición, sino la reafirmación de nuestra auténtica personalidad. Y lo que nos hace fuertes es promover la libertad y la confianza entre las nuevas generaciones, no educarlas para que sean meros supervivientes o destacados (destructivos) actores. Hoy mismo se me comentaba que es una alegría no haber traído hijos en este mundo en el que hay que ocultarse para no ser herido. Pero la resignación solo lleva a un empeoramiento de la situación.
Si analizamos la historia, los grandes avances de todo tipo han sido realizados por personas sencillas muy idealistas, honestas y humildes. Personas que se enfrentaron al dogmatismo y el escepticismo con la fortaleza que da la convicción en unos sanos valores y propósitos. Ellos nos dan el ejemplo y la solución: la fortaleza reside en los valores, la honestidad, la humildad y la buena voluntad, entre otros. Lo contrario puede hacernos lograr grandes éxitos sociales, pero nos destruye por dentro.
El puente de cristal nos expone a ser dañados, pero es el mero hecho de adentrarnos en dicho puente como se afianza nuestra fortaleza y nuestra confianza. Optar por no cruzar el puente nos convierte en seres débiles, inseguros y vulnerables. El mero hecho de penetrar en él nos transforma en seres libres, fuertes y confiados. Más que un salto cuantitativo, damos un salto cualitativo en relación a la calidad de nuestra vida.
Explicado con mis palabras y entendimiento, el Tao (el Camino) enseña que todo nace de la nada, y que el todo volverá nuevamente a la nada.
Yo creo que mi existencia describe un ciclo cuyas estaciones debo atravesar en plenitud de consciencia y vivencia, desplegándome desde la nada al todo, y replegándome desde el todo a la nada. No se debe entender que la nada es la negación de la vida.
En mi personal reflexión concluyo que antes de volver a no-ser, quiero ser plenamente. Antes de ser nada, quiero ser todo. Y a eso aspiro: a vivir plenamente el ser que soy con todos sus atributos y potencialidades (solo lo que soy, nada más), intentando desarrollar, como buenamente sé, todo mi potencial. Por tanto, quiero ser y vivir todo lo que soy y puedo llegar a ser, todo lo que mi vocación, como ser humano, me pide que sea. Solo así, viviendo en plenitud, el todo puede completar el ciclo y volver a ser nada. De otra manera, será como si no hubiera existido al no haber madurado el ciclo de mi existencia.
De la misma manera que un árbol desarrolla todo su ser potencial, como árbol, yo quiero desplegar el mío, como ser humano, sin renunciar a nada de aquello que configura mi esencia y mi personalidad innata.
La paz debería tener muchos himnos, debería permanecer en el corazón y en la mente del ser humano cada segundo de su vida. Solo así este mundo podrá vencer su tendencia a solucionar sus problemas recurriendo a la imposición y a la violencia. Solo así la libertad tendría una verdadera oportunidad de formar parte significativa de nuestras vidas. Y solo así dejaría de haber amantes del poder, verdaderos enfermos, que sean capaces de sojuzgar o mentir a sus conciudadanos con tal de alcanzar y mantener el poder. Y no solo hablo de dirigentes en regímenes totalitarios. Incluyo a una mayoría de dirigentes políticos en el mundo que hacen de la política su medio de vida y de la obtención del poder su única demostración de éxito.
Pero ¿cómo promover algo así entre quienes viven obsesionados con demostrar su poder ante el mundo? No cabe otra cosa en su mente más que la ambición de poder… Y hasta que el mundo no los reconozca como enfermos, no los tratemos como tales y no los apartemos del ejercicio del poder, seguiremos sufriendo sus errores y desmanes. Como en la actualidad…
¿Por qué poner tantas trabas a la tolerancia, al entendimiento, a la humildad, al diálogo, al respeto…? Todos queremos un mundo mejor pero ¿qué hacemos por conseguirlo?
“Hay dos formas de vivir: puedes vivir como si nada fuera un milagro;
puedes vivir como si todo fuera un milagro. Lo más hermoso
que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente
de todo arte auténtico y de toda la ciencia. Aquel para quien
esta emoción sea una desconocida, quien no puede hacer una pausa
para maravillarse y permanecer extasiado de sombro,
prácticamente está muerto: tiene los ojos cerrados”
Albert Einstein (1879 – 1955)
La joven del vídeo (ver vídeo)
Mucho me temo que aquello que dije en mi pasada entrada en el blog “Pensar y sentir”, titulada “La inocencia como don…” - https://emu-tiempodetenido.blogspot.com/2024/07/la-inocencia-como-don-esos-momentos.html ES UNO DE LOS TEXTOS MÁS IMPORTANTES Y TRASCENDENTALES QUE HE ESCRITO en toda mi vida. En mi opinión, su mensaje es básico para tener una bonita vida, y es que resume muchos años de aprendizaje y reflexión.
Y sin embargo, me temo que su mensaje ha pasado desapercibido, tal vez porque no se ha captado su esencia. Es cierto que no hablaba claramente, y que me extendí en unos cuantos párrafos (demasiada lectura…). O tal vez no supe expresar bien lo que quería decir. Sin embargo, es tan importante para un ser humano esta lección de la vida que VOY A INSISTIR EN EL TEMA de esa entrada, y ME VOY A EXTENDER AÚN MÁS. No por fastidiar, sino por si hay alguien que pueda beneficiarse de alguna manera ese vídeo y esa muchacha de la que hablo.
Hablaba de una mujer del coro, estudiante de la Universidad de Cambridge, y dejaba el vídeo para que se pudiera comprobar lo que decía, para que cualquiera que llegara a esa entrada pudiera contagiarse de sus maravillosos sentimientos. Hablaba de su “inocente excitación” (y cada día estoy más convencido de que excitación no puede ser bella si no está bien impregnada de INOCENCIA Y SENSIBILIDAD), de su ensimismamiento, de su gozo, de su FASCINACIÓN, de su éxtasis…
VOY A SER SEVERAMENTE CRÍTICO, que es lo que nos permite DESPERTAR NUESTRA CONCIENCIA Y NUESTRA CONSCIENCIA. ¿Cuántas personas pueden decir lo mismo? ¿Cuánto tiempo hace que cada uno de nosotros no ha vivido algo tan alucinantemente bello? ¿Quién tiene una actitud ante la vida que le permita vivir momentos como estos? Me temo que en la niñez vivimos continuamente momentos así, pero que en la edad adulta brillan por su ausencia. Y lo más terrible de todo es que vivimos ignorantes a esta realidad. Lo más duro de todo es comprobar cómo tenemos continuas oportunidades de vivir momentos tan bellos como ese ¡y los dejamos escapar sin siquiera darnos cuenta de que los hemos tenido enfrente! Llego a la conclusión de que los adultos somos realmente torpes… ¡y eso no es lo peor!
Para poder seguir viviendo en la edad adulta momentos de plenitud como el de esa joven es necesario VIVIR CON PLENA ENTREGA nuestra vida, pero no vale con decir que vivimos el aquí y el ahora (el momento presente). ¡Se puede vivir el momento presente sin vivir nada de nada! Para realmente vivir el momento presente debemos saber qué es lo que da sentido a nuestras vidas, y tener ojos para reconocer aquellas circunstancias o hechos que realmente nos proporcionan ese éxtasis de plenitud, esos momentos increíbles en los que podemos sentirnos ahítos de vida, amor y alegría. Mucho trabajo, es cierto, pero es lo que puede hacer que nuestra vida cobre sentido.
Hay más aún: no solo es suficiente con reconocer quiénes somos, qué da sentido a nuestra vida, y qué nos sentir plenos. Ni es suficiente con estar atentos. Muchas veces estamos atentos, pero no desde nuestra real personalidad. El ser humano tiene una DESCONCERTANTE TENDENCIA A LA DEPENDENCIA, a que personas famosas y reconocidas por la comunidad nos digan qué es aquello que merece la pena disfrutar en la vida. Tenemos tal FALTA DE CONFIANZA EN NOSOTROS MISMOS QUE NECESITAMOS UN PASTOR que nos diga lo que está bien y mal, que nos guíe y que nos proteja. Y, como no puede ser de otra manera, terminamos por convertirnos en rebaño.
Y SÉ QUE ME GRANJEARÉ MUCHA IMPOPULARIDAD POR LO QUE ESTOY DICIENDO, ¡pero alguien lo tiene que decir, carajo! ¡Basta de engaños! ¡Basta de esa ley no escrita por la cual debemos mostrarnos felices no hablando de temas delicados, por importantes que sean! Esa dependencia de la que hablo puede llevarnos a considerarnos la persona que no somos; a vivir como si se tratara de una maravillosas experiencia algo que, en el fondo, no nos aporta nada o muy poco. Por ese camino solo conseguimos al final ser un clon que va donde va allá donde todo el mundo se dirige. ¡Esta es la realidad de cualquier sociedad de consumo de masas! Nombre, por cierto, que no me he inventado yo. Masas…
NO TIENE NADA DE MALO LA CONVIVENCIA CON OTROS SERES, humanos o no. Al contrario, es imprescindible. Pero nunca es sano si se hace desde el seguidismo acrítico, en lugar de hacerlo desde un pleno reconocimiento de la propia personalidad y voluntad. Y para ello, vuelvo a la ENSEÑANZA DE LOS NIÑOS, a los que reconozco como los más sabios entre los sabios. Ellos nos dan ejemplo de cómo DISFRUTAR DE LA VIDA, de cuáles son las ACTITUDES necesarias para ello. Y lo más sorprendente es que lo hacen desde el desconocimiento de sí mismos, SIGUIENDO SOLO SU NATURALEZA E INSTINTO:
VIVEN CURIOSOS Y EXPECTANTES. Mantienen sus ojos abiertos a todo, grande o pequeño, pues ellos no entienden de grande o pequeño, de importante o inane, de famosos o anónimos. Ellos no se entretienen en esas estupideces que tan importantes son para nosotros, los adultos. Y eso les permite acceder a lo mejor, y disfrutarlo plenamente. Los adultos, conocedores (al contario que los niños) de que la vida supone EXPONERSE A RIESGOS Y DOLORES, CONSTRUIMOS VIDAS PREDECIBLES Y REPETITIVAS donde la curiosidad y la expectación hace tiempo que la dejamos en el cementerio.
VIVEN ILUSIONADOS sin forzarse en disfrutar de la vida de una forma concreta, independientemente de que tengan sus PREFERENCIAS (a veces especialmente insistentes). Cuando no pueden satisfacer una de sus preferencias se desahogan con unos pocos lloros y si no se les hace sentir como víctimas, enseguida buscan otra distracción ilusionante. En definitiva, los niños NECESITAN VIVIR ILUSIONADOS y no entienden la vida de otra forma. LOS ADULTOS SENTIMOS TANTO MIEDO E INSEGURIDAD QUE MATAMOS LA ILUSIÓN.
SON FÁCILMENTE IMPRESIONABLES Y CREEN EN LA CONTINUA POSIBILIDAD DE ASOMBRARSE con lo que acontece en su vida. Otra actitud imprescindible que perdemos los adultos, exactamente por las mismas razones que antes: necesitamos planificar, CONSTRUIR UN GUION ampliamente contrastado en sociedad, y nos ceñimos estrechamente a él para EVITAR FRACASOS Y SUFRIMIENTO. Demostramos el MIEDO A VIVIR que sentimos, lo agarrotados que estamos física, mental y espiritualmente. Es cierto que reducimos el riesgo de fracaso y dolor, pero al precio de vivir como sardinas (en una lata, por supuesto, no en el mar)
En ellos, HASTA SU PICARDIA ESTÁ LLENA DE INOCENCIA. Y es que SIN INOCENCIA NO HAY POSIBILIDAD DE GOZO. Es cierto que los adultos disfrutamos con experiencias que consideramos maravillosas pero que no lo son, que nos consideramos maestros sin serlo por el mero hecho de haber conseguido CONVERTIR EL AMOR EN SEXO, los SUEÑOS EN COMPETICIONES, nuestra LIBERTAD EN SUMISIÓN, etc.
En resumen, los niños VIVEN SU ESPECIAL Y ESPECÍFICA SENSIBILIDAD. No reparan en cómo deben de ser, simplemente son. Y lo son guiándose, sin darse cuenta, por su peculiar naturaleza y por su maravillosa sensibilidad.
Todo esto quiere decir que debemos volver a la infancia. ¡Absolutamente, no! Aunque quisiéramos, no lo conseguiríamos. Es imposible. Y, además, entrar en la edad adulta debería ampliar nuestras expectativas y nuestra riqueza vital y emocional, no al contrario, como en realidad ocurre. Lo que necesitamos es RECUPERAR LOS VALORES DE LA NIÑEZ que siguen siendo imprescindibles para una vida plena (o más plena).
No solo seríamos más felices. Habría mucha más colaboración que competencia, muchas menos personas necesitadas en sus necesidades básicas, mucha menos violencia, y muchas menos muertes trágicas. Y apunto mi última pregunta: ¿por qué evitamos reconocer el penoso mundo en el que vivimos, para construir uno mejor? Es tan malo el actual que con un poco que se hiciera lograríamos mejoras sustanciales.
Toc, toc… ¡El vídeo! El video y esa muchacha que fascina en su inocencia y sinceridad.
“A los ojos de un niño, no hay siete maravillas en el mundo.
Poco se puede añadir a lo que aquí dice Bolívar, un personaje que me temo que ha sido desvirtuado desde todos los frentes ideológicos para justificar propósitos y prácticas políticas censurables. Pero no me puedo resistir a añadir algo.
A estas alturas de mi vida el hartazgo que siento por los “salvapatrias” es enorme. Y no me refiero a los líderes autoritarios repartidos por el mundo que intentan engañarnos arrimándose a grandes personajes de la historia o a destacadas personalidades del momento, siempre prostituyendo su palabra. Son buenos para empobrecer a sus pueblos y robarles sus derechos políticos.
Me refiero también a todos los líderes que se autodenominan democráticos, pero que sin llegar al autoritarismo, también se arrogan un destino mesiánico que nada tiene que ver con el bienestar de sus pueblos sino con su desproporcionado egocentrismo y con su inflamada vanidad.
Y se viva dónde se viva, no hay que irse muy lejos para comprobarlo…
Espero que más pronto que tarde se instaure la democracia en todo el mundo, y que se recuperen en todos los países, sin excepción, los valores realmente representados por la democracia: el bienestar del pueblo y un ejercicio de la actividad política basada en la honestidad, en la tolerancia real y en el máximo respeto al que piensa diferente.
El arte requiere de la pasión para que pueda ser considerado como tal. Y requiere que el ser humano se entregue con pasión a la creación o interpretación que realiza. Si esa entrega no se produce, no hay arte, no hay magia, no hay una vivencia excitante. Y si el arte o el amor se vive de forma calculada y fría su fruto siempre será una vida perdida. ¿¡Cómo renunciar…?!
La vanidad del pseudo-artista y la mercantilización del arte han llevado al absurdo de hacer de la diferencia el objetivo de la creación artística. Todo vale en un mundo donde el dinero es el rey, y compra todo lo que puede reportar un beneficio, base de la especulación. Solo el genio no busca diferenciarse, únicamente desea expresar lo que la pasión por su arte le dicta. El genio es un autodidacta, incluso cuando puede estar interpretando o reinterpretando una obra de arte que no es suya. ¡Incluso en estos casos!
En el amor ocurre lo mismo. Amar es un arte, pero solo cuando se vive con pasión; solo cuando es posible la pasión; solo cuando nos entregamos con pasión... Y esa entrega debe ser voluntaria y decididamente apasionada, porque la pasión es uno de los ingredientes del arte de amar. La pasión no puede esperar a que otra persona tome la iniciativa, a que la magia descienda sobre nosotros, a que un milagro ocurra. ¡En absoluto! La pasión es fruto de la decisión de vivir apasionadamente el amor que sentimos, ya sea por la vida, por aquello que vivimos o por las personas hacia las cuales sentimos una inclinación intensamente espiritual e íntimamente delicada.
Olivia Hussey en Romeo y Julieta
Cuando convertimos el amor en pasión todo se sublima, y se convierte en una experiencia única e irrepetible. Quienes así lo viven no lo pueden olvidar jamás y lo añoran cuando no pueden seguir viviendo la magia de su pasión. No hay experiencia más sublime que amar apasionadamente, ni droga que pueda crear más adicción, ni tristeza que llegue a ser más grande cuando se añora el amor que ya no se puede vivir. Y es así porque la vivencia de la pasión nos transporta a otra realidad, a otro mundo donde rigen otras leyes, otros conceptos, otros valores, otras emociones… Realmente se trata de una experiencia mágica y cautivadora, que puede transformar completamente una vida.
Yo no entiendo vivir, escribir o amar si no lo hago con ilusión, si la pasión queda excluida del acto de vivir lo que pienso, siento y hago.
UN PAR DE EJEMPLOS:
Khatia Buniatishvili (Georgia, 1987) es un ejemplo de pasión por la música (ver primer vídeo más abajo). Solo hay que verla interpretando cualquier composición para darse cuenta de que se entrega totalmente a la música, en una especie de rito iniciático, de adoración llena de misticismo. Hasta llegar a olvidarse del lugar donde está. Su interpretación es un diálogo entre ella y el piano, lleno de excitación, para dar lugar a interpretaciones maestras.
En la escena del balcón (ver segundo y tercer vídeo más abajo) del director italiano Franco Zeffirelli (Italia, 1923 – 2019), en su película “Romeo y Julieta” (basada en la obra de Shakespeare) interpretó y representó magistralmente los dos sentimientos humanos por excelencia: el amor y el odio. Su famosa escena del balcón es una de las representaciones más bellas que han podido realizarse sobre la pasión amorosa. Y aunque durante mucho tiempo pensé que no podía haber una representación más auténtica de la pasión, actualmente considero que si la puede haber en la realidad. Doy fe de ello…
Siendo que la vida mantiene ocultos sus mejores dones ―y es raro que los regale―, hay que salir a buscarlos, sabiendo que nos entregará su esencia en el momento más inesperado, y nunca nos lo pondrá fácil.
“La rebelión y sólo la rebelión es creadora de luz,
y esa luz no puede tomar más que tres caminos:
la poesía, la libertad y el amor.”
André Breton (1896 – 1966)
Solo se puede ser rebelde por principios.
La rebeldía como manifestación estética (esa rebeldía, más extendida entre los jóvenes, que realmente es su antítesis) desemboca en el consumismo más alienante.
Y aquella que no está sólidamente fundamentada en nobles valores no soporta la presión de ir contracorriente, y dura lo que un suspiro.
Solo la sana rebeldía apoyada en una honesta crítica, y en una acción no violenta asentada en la mejor tradición humanista, puede fortalecer a quien se rebela por el necesario ideal de un mundo mejor.
Hay una necesidad imperiosa en el ser humano: la de ser amados. La de ser apreciados, valorados y necesitados por otros seres humanos. Pero ese amor solo será auténtico, enriquecedor y potencialmente capaz de hacernos felices si se ama lo que realmente somos: nuestra auténtica esencia humana.
Sin embargo, nos causa tanto temor ser rechazados que nos convertimos en seres extremadamente vulnerables al propio rechazo y al fracaso en cualquier actividad, ya que la imagen que proyectemos puede alejarnos de una sociedad cuyos miembros aspiran a verse asociados con el éxito, directa o indirectamente, debido al poder de atracción y arrastre que genera.
El primer problema es que nuestras sociedades han hecho de “lo difícil” la medida del éxito. Especialmente de las conquistas materiales y del seguimiento popular, dejando fuera de la ecuación del éxito la fidelidad a unos ideales nobles (virtuosos) y el goce de las experiencias sencillas de la vida (incluidos los momentos de soledad, disfrutando de uno mismo).
Hemos puesto en manos de terceros la medida de nuestro éxito como seres humanos, así como la satisfacción de ser amados. Hemos desplazado el centro de gravedad de nuestra personalidad a lo que es valorado socialmente, que, además, difícilmente puede hacer feliz, ya que se centra en cuestiones materiales.
Al final, construimos imágenes de nosotros mismos que no se corresponden con nuestra verdadera esencia. Paradójicamente, buscamos la popularidad en todo aquello que no crea sentimientos gratos, sino que deriva en una insana competitividad por alcanzar falsos ídolos. Damos pie a ser amados por algo que no somos, y terminamos por defraudar a quienes más genuina y generosamente nos podrían aman.
La popularidad nunca será un elemento valioso en nuestra vida. Quienes la consiguen sin perseguirla y sin adorarla, la ignoran. Viven sin ella y la evitan. Crean ricos mundos personales con unas pocas personas con las que mantienen una estrecha relación afectiva.
Quien persigue la popularidad como valor humano siempre termina perdido, desconcertado, agotado y profundamente insatisfecho.
Encontrar el amor implica empezar por la autenticidad de ser fiel a uno mismo y mostrarse como se es, sin adornos ni artificialidades. Cualquier opción que renuncie a ello solo tiene una conclusión: la infelicidad.
Y dejo unas preguntas en el aire: ¿Qué camino enseñamos a los niños y adolescentes respecto a esta cuestión? ¿El camino del amor o el camino de la popularidad y el éxito? ¿Estamos dándoles las bases adecuadas para que sean felices en su infancia, en su adolescencia y en su vida adulta?
El espíritu humano es, por naturaleza, realmente inquieto. Basta con mirar a cualquier niño para comprobar cómo es nuestra verdadera naturaleza de inquieta: el ansia de aprender de los niños no tiene límites, ni el de probar experiencias nuevas, que se resume en su imaginación y en sus juegos.
Más allá de la exigencia de uniformidad que impone nuestra sociedad y que va matando la iniciativa de los niños (un verdadero crimen que debería tratar más extensamente en mi blog “Un ángel dormido”), la realidad es que este rasgo humano, el de su inquietud por conocer y probar, forma parte de nuestra naturaleza, y ha impulsado los grandes avances científicos, técnicos y culturales a lo largo de la historia.
La inquietud del espíritu humano es el principal motor del periodo de mayor esplendor, en mi opinión, de la historia humana: el Renacimiento. Especialmente, el Renacimiento italiano, esos dos siglos grandiosos (Quattrocento y Cinquecento) que fueron la mayor base para la futura consolidación de la Ilustración y la muy controvertida Revolución Industrial que le siguió.
Pero no es lo que más me importa destacar en este momento, sino la fuente de placer y energía extraordinaria que nos aporta este rasgo humano, y que se materializa en una curiosidad sin límites, y en una apuesta decidida por aprender y poner a prueba lo aprendido hasta llevar el conocimiento, los procedimientos y la tecnología más allá de sus límites previos. No nos basta con repetir tediosamente lo conocido… necesitamos descubrir y afianzar lo que descubrimos.
Pero no olvidemos que para todo ello necesitamos ser, además, positivamente críticos, y cuestionarnos el statu quo (de forma positiva, insisto, que hay mucha hipocresía respecto al sano espíritu crítico, algo que también debería tratar más extensamente para “desfacer entuertos”). El progreso solo es posible cuando conocemos y valoramos nuestra posición actual, lo que hacemos constantemente, aunque lo llamemos de otra forma.
Sobre estas bases se fundamenta nuestra creatividad. Una creatividad que, tal como lo describo, no busca más utilidad que la del placer de aportar algo al devenir y progreso humano. Progreso que, por otra parte, solo debería considerarse positivo si no daña al propio ser humano o al medio ambiente. Algo que hemos olvidado, por cierto.
El poeta Ovidio, crítico feroz contra la “infame pasión de poseer”, se refiere a lo que habitualmente llamamos arte, pues encuentra en el goce de crear y disfrutar del arte, sea cual sea, el mejor alimento para el espíritu. Y esta es una gran lección de vida, pues pone por encima de las pasiones materiales, esas otras intelectuales y espirituales. Y lo digo siendo consciente de que actualmente las artes crean utilidad material, pues da de comer a muchos artistas y crea importantes beneficios a varias industrias. Pero este no es el motivo de mi reflexión.
Yo amplio lo dicho a esas otras artes que no son consideradas habitualmente como tales, pero que iluminan la vida humana, la llenan de belleza, e integran ese concepto tan difuso, pero tan enriquecedor, que llamamos “humanismo”.
Me refiero al arte de vivir o al arte de amar, como parte troncal de lo que denominaría “artes mayores”, sin despreciar muchas otras artes, como el arte de la prudencia, que trató el religioso y pensador español del Siglo de Oro, Baltasar Gracián
Al final, somos felices porque gozamos de la belleza, pero este gozo sería nada si no lo compartiéramos. Hablaríamos por tanto del arte de compartir, de poner en común. Y, por extensión, del arte de dialogar y entenderse, del arte de ayudar y solidarizarse, de ser humanidad sin dejar de ser uno mismo.
En esta visión ampliada de las artes del vivir y del espíritu encuentro yo mis mayores gozos, sin que ello obligue a renunciar a la sencillez y a la humildad, que nunca deberíamos abandonar pues son condición necesaria para el buen vivir. Por el contrario, entiendo que prescindir de todo ello supone renunciar al sano goce de la vida.
Creo que poco se puede añadir a lo que ya decía, hace más de 400 años, el humanista francés. Muy en vigor, por cierto.
Sorprende eso: cómo es posible que siga estando tan de actualidad la crítica que hace, y cómo es posible que después de tanto progreso sigan siendo plenamente vigentes las afirmación de este gran pensador del Renacimiento.
Pocas explicaciones requiere, igualmente, la reflexión de Compagnon, literato e historiador de la literatura, al hablar del pensamiento de Montaigne.
Estas consideraciones, con las que estoy plenamente de acuerdo, me llevan a preguntarme si la cultura y el libre pensamiento son considerados un peligro para el poder y quienes lo detentan, independientemente del sistema de gobierno y de la ideología que “teóricamente” defienden sus ocupantes.
Mi conclusión es rotunda: efectivamente es mejor llenar la cabeza de los jóvenes de conocimientos, especialmente científicos y técnicos, que ayudarles para que aprendan a pensar por su cuenta ya que podrían llegar a conclusiones que pongan en peligro la hegemonía de los detentadores del poder (de cualquier tipo de poder). No en vano, hay que evitar por todos los medios que la educación se pueda convertir en caldo de cultivo de activistas por el libre pensamiento y por una sociedad realmente más solidaria.
Los libre-pensadores, los críticos y las personas sabias, siempre han atemorizado al poder debido a su capacidad de cuestionar su legitimidad. Por esta razón se trata de educar en todo aquello que no les lleve a plantearse el comportamiento social del ser humano. Se prefiere educar en obediencia. Concretamente, en la ciega, por supuesto.
Incluso se prefiere educar, sin que sea visible, en ambición, notoriedad, egoísmo, consumismo, competitividad, y la obtención de poder. No en vano, nadie es más peligros que quien no tiene ambición de poder y sí hambre de verdad.
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Y Viveme
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*un día...
Finis coronat opus // τὸ τέλος στεφανεῖ τὸ ἔργον
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Georgius Agricola (1494-1555)
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Georg Bauer, más conocido por la versión latina de su nombre Georgius
Agricola, es considerado el fundador de la geología como disciplina. Su
trabajo abrió...
SORPRENDERTE QUIERO
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sorprenderte los ojos
sorprenderte la boca,
que la mía se abra suave
inquietante, casi urgente.
Y mi lengua
entre labios
te provo...