MI BLOG MÁS QUERIDO, Y NECESARIO DEBATE (de niños, adultos-niños y sensibilidad para un mundo mejor)

lunes, 3 de agosto de 2020

HUMANISMO RECOBRADO. ESTERIL EGOÍSMO

“La gente protege lo que ama”

Jacques-Yves Cousteau (1910 - 1997)

 

Y si damos la vuelta a la aguda afirmación que encabeza este artículo concluiremos que los seres humanos no protegemos lo que no amamos.

De este modo, el medio ambiente se deteriora porque no lo amamos; las especies animales y vegetales desaparecen porque no las amamos. La violencia generalizada en el mundo, y las muertes que genera, se producen porque no amamos a la gente. Explotamos y robamos porque no nos importa la injusticia que generamos. Discutimos continuamente porque no nos amamos. Y es así, sin ser conscientes de que tarde o temprano el daño que hacemos se vuelve contra nosotros mismos.

Photo by Shane Rounce on Unsplash
Bueno, matizo: sí que amamos, pero claramente menos de lo que nos amamos a nosotros mismos, y siempre que nuestro egoísmo y nuestras vanidades hayan quedado suficientemente satisfechas; y nuestros miedos mínimamente disipados. Solo después de eso, deseamos lo mejor para lo demás y los demás. Reconocer esta clamorosa evidencia nos permite adentrarnos en la necesaria reflexión sobre la valía y el sentido de nuestra propia vida.

Viene muy bien esta afirmación de Jacques Cousteau porque la clave que nos ofrece se puede convertir en una medida de nuestro egoísmo y, por supuesto, de nuestro amor. Según sea el grado en que protegemos algo o a alguien daremos cuenta de lo que realmente nos importa y hasta qué punto amamos.

Mi conclusión es muy evidente: que deseamos y buscamos todo aquello que puede enriquecer nuestra existencia; que nos apegamos a todo aquello que aumenta nuestra experiencia de vida; que nos refugiamos en todo aquello que nos protege de lo que nos atemoriza. Pero a eso yo no lo llamo amor, aunque lo encontremos en alguna medida, sino egoísmo, más puro y más duro cuanto más voluble sea nuestro apego hacia lo demás y los demás.

Hay dos frases que resumen a la perfección la actitud del ser humano que ama, y que sirven, igualmente, de patrón para medir nuestra generosidad y nuestro egoísmo. Son frases asombrosamente complementarias, como las dos caras de una misma moneda:

 

                “No le hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti” Confucio (siglo VI aC)

                 “Ama al prójimo como a ti mismo” Jesucristo (siglo I)

 

Este patrón solo tiene una pega: hay que estar dispuesto a medirse, y hacerlo con honestidad, algo que el egoísmo diluye como si se tratara del más corrosivo de los ácidos.

Por último, cabe hacerse una pregunta que nos da la medida de nuestra humanidad y de lo que nos deparará el futuro: ¿qué nos provee de mayor bien, el interés egoísta o el amor desinteresado? Si, como doy por hecho, la belleza es la clave de nuestra felicidad (siempre con minúsculas, humilde, acogedora y salteada de dificultades) y el amor sentido es la máxima expresión de la belleza, entonces no me cabe duda de que el interés egoísta nos vacía de amor, de belleza, de sensibilidad, de sentido y de razón de vivir. Al final, lo que esparcimos por la vida anuncia el fruto que tarde o temprano recogeremos. Sembrando desinterés por el bien ajeno solo nos estará esperando un inmenso vacío y una sobrecogedora soledad.

Nuestros actos dan cuenta de nuestra grandeza, como igualmente lo hace el fruto de lo que recogemos. Por muy admirable que pueda ser (si lo es) la acumulación de bienes materiales, nada es comparable al atesoramiento de humanas voluntades, sinceros aprecios y acogedoras amistades. Humanismo en su más auténtica expresión…

(¿Y qué sería de nuestra vida si no reflexionáramos sobre este tipo de cuestiones tan determinantes?)



Emilio Muñoz
Homo Novus

© TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
(original autentificado)